CASONAS: TRADICIÓN E HISTORIA
Ayacucho es una de las ciudades más atractivas de los Andes peruanos, un pueblo lleno de tradiciones e historia, reconocida por sus más de 33 hermosas iglesias y campanarios, casonas coloniales, famosos artesanos y por ser la capital del Imperio de la cultura Wari.
Para disfrutar del encanto de Huamanga, se puede iniciar visitando las casonas solariegas, construidas en la época colonial de su historia, por cierto casonas que muestran una profusión de arcos y arquerías dentro y fuera de su estructura; con magníficos paredones construidos de adobe, tapial o piedra; de grandes patios empedrados con sus corredores y columnas.
Una de estas bellezas arquitectónicas coloniales la encontramos en la segunda cuadra del jirón 2 de mayo, que es la casona Ruiz de Ochoa. Esta se caracteriza por que en la parte superior de la puerta principal podemos ver las efigies de unas figuras zoomorfas con el miembro viril grande.
Según la tradición, frente a esta casona se encontraba el convento de la mercedarias, lugar de albergue para las hijas de los personajes mas notables de la Colonia y a modo de protegerlas las enclaustraban en sus ambientes. Cuando las monjas salían a visitar otros templos de la ciudad, eran fastidiadas por los mozos de la familia Jáuregui, por tal motivo, la madre superiora cambió la salida del convento hacia el frontis de la plazoleta que esta al lado lateral derecho. Frente a esta decisión de la madre superiora, la familia decidió esculpir unas figuras zoomorfas con el miembro viril grande y con vista hacia el convento con el fin de mofarse y molestar a las mojas.
CIUDAD DE LAS 33 IGLESIAS
En Huamanga se ven las iglesias más bellas por fuera y por dentro del Perú.
Dicen que mil iglesias adornan las calles de la ciudad de Ayacucho, lo cierto es que existe prácticamente un templo en cada esquina. Son 33 los templos levantados durante la época colonial, cada uno de ellos con su propia historia, con su propio arte y su propia tradición.
Estas iglesias que tienen su historia y que son muestra del dominio español, para hacer de Huamanga una ciudad religiosa, son unos atractivos que en su interior guardan el dolor, la devoción, el sufrimiento y la alegría del hombre huamanguino.
Uno de los monumentos que resistió al tiempo es el templo de San Cristóbal, primera capilla de Huamanga. Construida en 1540 por los primeros españoles que ocuparon la ciudad. Esta obra arquitectónica se encuentra ubicada en la última cuadra del jirón 28 de julio, frente al templo de Santa Teresa.
El valor de este templo reside en su tradición e historia. San Cristóbal fue la primera iglesia en construirse y fue la catedral mientras se construía la actual que se encuentra en la Plaza Mayor de la ciudad, además en ella se guardan restos mortales de varios personajes muertos en la batalla de Chupas en el año de 1542.
EL "CHEQO PACHECO"
Si nos ponemos a hablar de lugares con memoria histórica, tenemos al museo Andrés A. Cáceres, que alberga una escultura de cuerpo entero del alférez real Juan Gutiérrez de Quintanilla, trabajo hecho en piedra granítica, de color plomizo. Es la única pieza en el Perú de comienzos del siglo XVII, descubierta al pie del altar de la Virgen La Dolorosa en el templo La Merced, en el año de 1886.
Esta escultura representa la imagen tallada de un digno guerrero yaciente con la clásica armadura española, empuñando un mandoble, un rostro de firmes facciones, barbas y cejas pobladas, recios guantes, rodilleras y un casco ornamentado con motivos de follajes.
Es conocido en la tradición popular como “Cheqo Pacheco”, siendo “Cheqo” el nombre del tipo de roca de fácil talladura y “Pacheco”, el apellido del escultor de la obra.
Según Juan de Mata Peralta, en los primeros años de nuestra era republicana, alguien hizo incrustar la escultura en la entrada de la cárcel, que por entonces funcionaba en las celdas de la planta baja de la Municipalidad, y todos creían, sobre todo la gente humilde, que era el guardián, patrono o vigía de los presos, y tanta era la veneración de los familiares de los presos, que cada vez que iban a visitar a sus allegados, lo primero que hacían era acercarse al “Cheqo Pacheco”, y murmurar algunas suplicas, en honor a la estatua.
Decían, entre otras cosas: “taytallay Cheqo Pacheco, qusaytaya pampachaycuyña, inaspa kachaykuyña, wasillaykuta pusakusaqña ”, que significa “Señor Cheqo Pacheco, perdona a mi esposo, luego dale libertad para llevarlo a mi casa”, esta creencia permaneció durante muchos años hasta que reubicaron la cárcel a un extremo de la ciudad. Los canónigos idearon un medio de anular esta creencia idolatrita, poniendo en la salida de la cárcel, que daba a los portales, un gran crucifijo de Cristo.