Ayacucho ha sido teatro de un amplio proceso histórico, definiendo una región que registra una unidad singular, manifiesta sobretodo en el dominio cultural. Aquí se habla una variedad del quechua y su folklore es muy singular. Si la base indígena tiene rasgos que la hacen especial, el mestizaje con lo español también adquirió características propias que definen a Ayacucho como una región, quizá no tan integrado en lo económico o en las comunicaciones, pero que su unicidad se expresa sobretodo en el terreno de la cultura.
Es por ello que diferentes viajeros exploradores, extranjeros, (europeos y norteamericanos) vinieron al perú para registrar en forma científica y especializada un país considerado como exótico. Estaban interesados en estudiar a los incas, considerados como los antiguos y misteriosos pobladores del Perú. Para cumplir con su misión, no sólo recorrían el territorio, sino también oficiaban de etnólogos, arqueólogos, historiadores o lingüistas aficionados; practicaban la observación in situ, y utilizaban la fotografía para registrar los restos arqueológicos.
El viajero Ephraim George Squier (1821-1888) nació en Bethlehem, Nueva York, y era ingeniero de profesión y diplomático de oficio. Antes de venir al Perú había explorado los territorios del Mississippi y Nicaragua. Llegó a Lima en 1863, como diplomático estadounidense y luego de cumplir funciones diplomá-ticas recorrió localidades como Trujillo, Tacna, Puno, Cusco y Ayacucho. Tras su salida del país, publicó en Nueva York en 1877 un libro en el que relata sus observaciones y que tituló: "Peru: Incidents of Travel and Exploration in the Land of the Incas" [en castellano apareció como "Un viajero por tierras incaicas. Crónica de una expedición arqueológica (1863-1865)"].
Ephraim George Squier
Squier, en su breve estadía en Ayacucho y con la ayuda de su fotógrafo Augus-tus Le Plongeon, captó en una estereografía la Plaza Mayor de la ciudad: en primer plano, la pila ornamental y el monumento a la libertad ejecutado por el escultor Juan Suárez en 1852 y en el borde a cuatro pobladores parados que visten ponchos, faldas y cetros huamanguinos.
Esta estereografía consiste en dos imágenes fotográficas de una misma escena (la Plaza Mayor) montadas lado a lado sobre una placa de cartón y obtenidas a través de una cámara de dos lentes gemelos separados a distancia simi-lar a la de los ojos humanos. Esta imagen estereoscópica se podía observar mediante un visor especial, semejante a los binoculares, a través del cual el observador miraba simultáneamente imágenes similares y cuya fusión produce en el cerebro un efecto tridimensional similar a la visión humana.
Al referirse a la Plaza Mayor de Ayacucho captada en la fotografía, dice lo si-guiente:
"En la plaza, donde se puede comprar a los indios cebada, trigo, maíz y frutas traídas desde la parte más alejada de la cadena oriental, hay una fuente, con una estatua de la libertad, que a mí me resultó emblemática del país, ya que se elevaba allí, sin una cabeza para dirigir o un brazo para hacer cumplir o defender".
Posteriormente, la fotografía retornó a Ayacucho con Ernst W. Middendorf (1830-1908), alemán de nacimiento y médico de profesión, quien se instaló en el Perú entre 1876 y 1888. Inspirado por la labor científica que otro compatriota suyo, Alexander von Humboldt, hiciera en Sudamérica a inicios del siglo XIX, decidió explorar el territorio peruano para escribir una monumental monografía titulada "Peru. Beobachtugen und Studien über das Land und seine Bewohner, wahrend eines 25 Jahringen Aufenthalte" ["Perú. Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años"], editada en Berlín entre 1893 y 1895. En su periplo, Middendorf recorrió distintos lugares: la Costa Norte, Huánuco, Pasco, Cajamarca, Chachapoyas, Arequipa, Puno, Cuzco y finalmente Ayacucho a fines de mayo de 1887.
Al igual que Squier, Middendorf tomó una fotografía de la Plaza Mayor de Ayacucho. En ella destaca los vendedores de la tianguez o feria comercial con la fachada de la Catedral en el plano superior y de la Municipalidad en el plano superior izquierdo. Cerca del ángulo inferior derecho se observa a un personaje parado, usando una gorra o un sombrero, contemplando el lente del fotógrafo. Como en el caso anterior, este personaje aparece como una escala para pro-porcionar nivel al sitio emblemático fotografiado.
Tampoco Middendorf pudo evitar hacer un comentario sobre su toma fotográfica. Con respecto a la Plaza Mayor de Ayacucho, escribió en su libro lo siguiente:
"Esta plaza sirve al mismo tiempo de mercado, donde los vendedores están sentados protegidos por grandes sombrillas de paja, que se parecen a hongos, y que según la posición del sol, pueden inclinarse ya a un lado, ya a otro".
Los registros fotográficos eran parte de la misión científica de estos exploradores y se elaboraban in situ, es decir, en el mismo lugar de la observación. Las imágenes se producían y reproducían con la combinación de una placa de colodión húmedo más papel de albúmina, utilizando una cámara aparatosa, un trípode, los químicos necesarios (como bromuro de cadmio) y una tienda de campaña que servía como cuarto oscuro para el revelado instantáneo de las placas, antes que el colodión secara.
La producción de las fotografías incluía el problemático traslado y el uso complejo del equipo fotográfico. Éste, con todos sus componentes, llegaba a pesar hasta 50 kilos. Además, la realización de la toma exigía un cuidado extremo de parte del fotógrafo: un manejo inteligente de la interacción luz-sombra, una planificación rigurosa y una premeditación compulsiva que en ocasiones limitaba la espontaneidad.
Ahora bien, en las últimas cuatro décadas del XIX la fotografía tuvo cierto auge en Ayacucho, debido a que hubo algo de dinero, fundado en el comercio de ganado, lana, coca, aguardiente, cuero, cochinilla y tejidos incentivado por la economía del guano. En esta época los hacendados, comerciantes y funciona-rios del Estado fueron los principales consumidores del novedoso negocio fotográfico que ya llegaba a esta parte del país. Efectivamente, ellos acudieron en Lima a los estudios de los fotógrafos José Negretti, Eugenio Courret y Rafael Castillo para retratarse e inmortalizar sus imágenes en el formato tarjeta de visita (6,3 x 10,5 cm) que estaba muy de moda. De esta manera, la fotografía empezaba a expresar las fantasías y deseos de inmortalización de sus consumidores. Es el caso de la tarjeta de visita del magistrado Tomás Lama (vocal de la Corte Suprema de la Nación y autor del libro Páginas Históricas) elabora-da por el fotógrafo francés Eugenio Courret o del retrato post-mortem de Jacin-ta Cabrera Olano, elaborado en la década de 1880 en Ayacucho por algún fotógrafo foráneo itinerante y que cumple la función de conservar la memoria de una persona fallecida.
Igualmente, fotógrafos itinerantes llegaron a Ayacucho para retratar en conjunto a los integrantes de los partidos políticos o a las autoridades locales, utilizando los formatos postal (8,9 x 14 cm) y tarjeta de gabinete (10,8 x 16,5 cm) que también estaban de moda en aquellos años. En las fotografías se observan las posiciones rígidas y dramatizadas de los fotografiados, congelando el movimiento de sus cuerpos durante algunos segundos para pasar a la inmortalidad fotográfica.
En la primera mitad del siglo XX, la fotografía se relacionó con el discurso de progreso e identidad regional que estaba siendo elaborado por los intelectuales ayacuchanos. Estos intelectuales eran médicos y abogados educados en las universidades de Lima y Cuzco, quienes influenciados por la ideología del positivismo evolucionista, se dedicaron a estudiar la historia, arqueología y folklore de la región. Durante la década de 1920, con motivo el centenario de la batalla de Ayacucho, plantearon la idea de la ciudad de Ayacucho como un museo de arquitectura y monumentos hispanos coloniales. Con relación a esto, se encargó a los fotógrafos foráneos Luis Ugarte, De la Barra y Abraham Guillén el re-gistro del paisaje de la localidad, de las iglesias, los conventos y los barrios tra-dicionales de la antigua Huamanga. Estos fotógrafos elaboraron imágenes que presentaban en un primer plano los objetos de este museo colonial, intencionalmente valorizados mediante los medios de centramiento y frontalidad y sin considerar la presencia humana. Algunas de las fotografías de Luis Ugarte, por ejemplo, sirvieron para ilustrar los textos más importantes de esta época: la Monografía Histórico-Geográfica del Departamento de Ayacucho del ingeniero José Ruiz Fowler (1924), Ayacucho del senador y ministro de Leguía, Pío Max Medina (1924) y algunos números de la revista "Huamanga" publicada por el Centro Cultural Ayacucho a partir de 1934. Igualmente, unas fotos de Abraham Guillén se utilizaron para graficar el libro de Pío Max Medina titulado "Monumentos Coloniales de Huamanga" que apareció en 1942.
Estas imágenes, llamadas "pictóricas" o "topográficas", intentaban definir los paisajes a partir de una mirada neutral y abarcadora, en la que todos los obje-tos de la superficie adquirían importancia equivalente. Para tal efecto, el fotógrafo se emplazaba en un punto alejado, ubicando su cámara a nivel y en posición frontal a su objetivo, con el fin de cubrir el mayor espacio posible. Además, con este tipo de fotografía se buscaba ir más allá de la simple representación real y mecánica para darle particularidad pictórica a la imagen, ya que la inten-ción del fotógrafo era resaltar la exactitud y el prestigio telúrico del paisaje. Uno de los propulsores de esta técnica fotográfica fue precisamente el fotógrafo limeño y pintor Luis Ugarte, quien tomó imágenes pictóricas de la llanura de Quinua o de la Pampa de Ayacucho, que se reprodujeron en el libro de Ruiz Fowler citado anteriormente.
Posteriormente, a partir de 1930 y a medida que se acercaba la celebración del cuarto centenario de la fundación de Huamanga, los intelectuales ayacuchanos se dedicaron al estudio del pasado prehispánico, específicamente de los primeros pobladores de Ayacucho (los Chancas y los supuestos Pocras) para establecer una continuidad espiritual entre éstos y los miembros de la elite a fin de elaborar una identidad local y mestiza y definir un espacio regional. En esta nueva etapa, la fotografía sirvió para inventariar los restos arqueológicos de los pobladores prehispánicos. Así, se tomaron fotos de las piezas arqueológicas del Museo Histórico Regional (y que fueron consideradas como la prueba tangible de la existencia de Chancas y Pocras) y del yacimiento arqueológico de Huari (considerado en ese entonces como la capital de los Pocras). Empero, éstas no fueron incluidas en las publicaciones sobre arqueología regional, siendo reemplazados por simples grabados y dibujos.
Como los campesinos eran considerados seres primitivos carentes de interés, nunca fueron fotografiados de manera independiente, sino incluidos en los retratos grupales de las familias hacendadas ocupando una posición marginal, o en las primeras imágenes de las escuelas rurales del departamento, como simples alumnos o trabajadores. De este modo los intelectuales explicitaban las relaciones jerárquicas existentes en la sociedad ayacuchana a través de las fotografías que ordenaban tomar.